Il était une fois...

Il était une fois...

sábado, 3 de abril de 2010

Mi deseo, mi perdición

Son las resplandecientes, frescas y gloriosas mañanas las que me permiten poder acercarme hacia ti, extendiendo mi mano para poder acariciarte con mis dedos tu hermoso y bello rostro que me ilumina cada día que va transcurriendo limitadamente en mi vida y no puedo detener por más que lucho contra ello. Aquellos brillantes y grandes ojos poseedores de una mirada tan profunda que ni el más egoísta que pudiese existir sobre la faz de esta Tierra tan grande pero pequeña a la vez entre los demás planetas de esta galaxia y el universo infinito que no tiene límite o el cual hombre todavía no lo ha descubierto, pudiese resistirse ante deslumbrantes ojos, esos exquisitos labios rojos carmesí tuyos y la calidez de tus suaves y cálidas manos que solo he conocido en tu exuberante cuerpo.

Sabrosa como un manjar y exquisita como la dulce miel de un panal. Desearía poder admirarte cada segundo que transcurre por dicho mundo, solo para contemplar tus preciosos rasgos y perfectas curvas que deseo y no puedo dejar de querer tenerte solo para mí. Ser uno contigo y llevarte a la perdición al compás de mis movimientos, llenándote cada vez más de placer al ritmo de la melodía de las olas del mar que sueles contemplar. Frotando suave y fuertemente nuestros cuerpos acalorados llenos de pasión y deseo, envolviéndonos más y más, anhelando el deseo de querer explorarnos el uno al otro por dentro cada vez más y más. Escuchando tus gemidos como una bella canción que solo tu voz puede cantar y envuelve mis oídos con tu provocadora voz.

Sin embargo, el día es engañoso y se vuelve oscuro, alejándome de ti poder sin tener razón alguna, siendo cada vez más difícil de poder hallarte y poder, principalmente, tocarte. Que seas mía es todo lo que deseo y nada más… en este sombrío lugar al que todos llamamos planeta Tierra.

Cierro mis ojos y trato de visualizarte, pero es imposible, la misteriosa noche me muestra tan solo una pequeña luz muy tenue que ilumina el agraciado campo en el que tú sueles encontrarte en pleno auge del amanecer.

Me da miedo, mucho miedo, no puedo soportar la idea que no seas mía por las noches, que te alejes y no me veas. Buscarte y no encontrarte. Mi corazón empieza a latir muy fuerte y cada vez más rápido, enloqueciendo por no poder ubicarte mientras voy atravesando muros invisibles que marcan un camino muy fino, como si fuese un hilo de coser, de sangre roja y pura como lo son tus labios carmesí, por las espinas que voy pisando al correr por dicho terreno en el que puedo ver tus huellas pero no a ti, con tu perfecta figura día a día. Y entonces dejo de buscarte por el camino que recorro sin ninguna respuesta sobre ti, me detengo, escucho mi corazón despedazarse como cada noche que pasa y mis pies dejan de reaccionar. Elevando mi mirada hacia el cielo por unos segundos, viendo las estrellas iluminar aquel panel negro convirtiéndolo en un azul sedante, mientras mis lágrimas que brotan de mis ojos sin poder controlarlos, caen y bañan el recuerdo de saber que solo te veré por la mañana sin importar cuánto más yo intente poder estar contigo en este preciso momento. Y grito, lo más fuerte que puedo desde lo más profundo de mi garganta para que solo tú puedas oírme, llamándote por tu dulce nombre pero es en vano, el silencio de la infinita oscuridad que solo existe en las noches no deja penetrar el sonido que emito con cada movimiento de vibración de mis cuerdas vocales. Pero descansaré, como cada anochecer por el que trato de sobrevivir para que solo pueda verte nuevamente, al amanecer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario